TAREA 4.2 - RETO 2 - REFLEXIÓN A PARTIR DE UNA METÁFORA.

LA METÁFORA


«Cuando plantas una lechuga, si no crece bien no echas la culpa a la lechuga. Intentas encontrar las razones por las que no está creciendo correctamente. Puede que necesite fertilizante, o más agua, o menos sol. Nunca le echas la culpa a la lechuga. Sin embargo, cuando tenemos problemas similares con nuestros amigos o familiares solemos echarles la culpa. Pero si sabemos cómo cuidar de ellos, crecerán bien, como la lechuga. Culpar al otro no tiene ningún efecto positivo, y tampoco lo tiene el intentar persuadir usando razones o argumentos. Esa es mi experiencia. No culpar, no razonar, no argumentar, solo comprender. Si comprendes, y demuestras tu comprensión, puedes amar, y las cosas pueden cambiar».

Thich Nhat Hanh

REFLEXIÓN "ELOGIO DE LA LECHUGA"

No me gusta la palabra culpa, es un término originario del ámbito judicial, y señala a alguien como causante de un mal. Posteriormente, y por la similitud de la relación religiosa con un juicio, ésta se traslada al terreno de las creencias y se convierte en un mecanismo psicológico que deteriora la autoestima y anula al sujeto, lo empequeñece y lo humilla. Las relaciones sociales se han impregnado de este mecanismo y, en ellas, se suele estar buscando siempre un chivo expiatorio que pueda señalarse como causa originaria de los problemas que nos preocupan.


Por eso, la he borrado de mi diccionario. Me gusta más el término responsabilidad, que hace referencia directa a las consecuencias de las acciones, que decidimos en el ejercicio de nuestra libertad.


Nuestras acciones libres no son inocuas, tienen consecuencias para nosotros, para los demás y para el medio natural. Es nuestra huella, positiva o negativa, de la que tenemos que hacernos cargo.


La culpa no conduce a nada, sólo a la ejecución de un castigo que el colectivo social impone sobre el calificado como causante de un perjuicio; éste lo recibe pasivamente y sufre las consecuencias asociadas al mismo. Pero ahí se queda todo, en el pago de un precio social. Un refinado sistema de venganza.


La responsabilidad es inherente a la libertad. No podemos desprendernos de ella. Y, consecuentemente, nos impulsa a recibir la gratitud de nuestras acciones que han tenido  consecuencias positivas y, a reparar los daños, si éstas han sido negativas y a disculparnos. Pongo en primer lugar reparación porque la acción debe preceder a la palabra, para que sea creíble.
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Es por ello, que el ejercicio de nuestra libertad necesita como atmósfera la autoconciencia, el análisis y la reflexión. Para prever el alcance de nuestras decisiones y gestionarlas en el sentido del bien común. De este modo construimos nuestra inteligencia ética, introduciendo valores en nuestras decisiones y acciones.


Mi reflexión ha tomado este rumbo consecuencia de la paradoja de la que parte Thich Nhat Hanh. Una lechuga depende de su programación biológica, no dispone de voluntad. No la podemos adjudicar ninguna responsabilidad, responde automática-mente a las condiciones del medio. Es el cultivador quien tiene que aprender cuáles son aquellas condiciones que son óptimas para el crecimiento.


En ese sentido, quiero elogiar a la lechuga que, siendo un ser vivo irracional, ha hecho caer en la cuenta a su cuidador de que su crecimiento depende del saber hacer y de los cuidados que le dispensen. Quizás, con un ser vivo racional, esto cuesta más conseguirlo. Porque no nos cuestiona desde el silencio, con las consecuencias directas de nuestras acciones, sino que nos discute la responsabilidad, y entramos en la dinámica del tira y afloja para terminar expulsando la misma del terreno común, corriendo un tupido velo de silencio e hipocresía. O responsabilizando al otro mutuamente. Y esto no ayuda a nada y a nadie.


Nuestro sabio observador de la lechuga nos invita a abandonar toda argumentación, toda vez que ésta, en las relaciones interpersonales, la utilizamos como armamento para convencer racionalmente, lo que supone desarmar al otro, conceptualizado como oponente. La argumentación es un pugna y, como en  todas ellas, se impone el más fuerte.


El nos propone otra perspectiva, la de comprender, para amar. El amor es incondicional, no busca ninguna victoria. Sólo darse.

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“El amor es la fuerza más humilde, pero más poderosa que dispone el mundo” (M. Gandhi) , es el ecosistema necesario para el cultivo del ser humano (significado etimológico de cultura) y es, por tanto, el terreno en el que se desarrolla la educación. El amor es la acción educativa más potente. Toda acción que no esté movida por el amor está destinada al rechazo. De este modo, la relación educativa responde a las aspiraciones más profundas del ser humano: amar y ser amado.


Por eso, necesito comprender al otro, ponerme sus zapatos, su ropa, respirar su ambiente, impregnarme de sus sentimientos... “Nunca conoces realmente a una persona hasta que no has llevado sus zapatos y has caminado con ellos” (Matar a un ruiseñor, 1962). Y esto es algo que no se consigue de una vez para siempre, es un trayecto continuo que recorremos con las personas que así lo  deciden, el tramo de su vida que quieren.


Ello me recuerda un texto que se atribuye a Agustín de Hipona: «Ama y haz lo que quieras: si callas, calla por amor; si gritas, grita por amor; si corriges, corrige por amor; si perdonas, perdona por amor...» , un buen mantra para todas nuestras acciones.


Todo esto me lo ha confesado la lechuga de Thich Nhat Hanh.

Las imágenes que no indican fuente, están tomadas del banco gratuito de pixabay.com

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